A través de la historia, las personas con epilepsia fueron señaladas para bien y para mal. El estigma es la mirada devaluatoria que se tiene a veces ante lo esconocido o incomprendido y que es causa de la discriminación y de la autoexclusión. Una crisis epiléptica es un evento clínico transitorio que resulta de una descarga eléctrica anormal, excesiva y sincrónica de un grupo de neuronas del cerebro.
Las crisis epilépticas son breves episodios de alteración súbita de la conciencia y/o conducta del individuo, y que en general son involuntarias. La epilepsia no es una afección única, sino que difiere de persona en persona tanto en la evolución, como en la expresión clínica, el control de crisis y la eventual curación.
A lo largo de la historia y en todas partes del mundo, las personas con epilepsia fueron señalados como “elegidos” (las pitonisas griegas poseían un don divino que se hacía evidente por tener crisis) o “poseídos” (las crisis eran una señal de herejía, por lo tanto, de condena a muerte en la hoguera, para la iglesia medieval) dependiendo de las creencias populares predominantes.
Este “señalamiento” sigue vigente hasta la actualidad: hasta 1970 se prohibía el matrimonio para personas con epilepsia en el Reino Unido y hasta 1980 era legal prohibirle la entrada a restaurantes, centros comerciales, y otros lugares públicos en Estados Unidos.
En 1998 la OMS declaró a la epilepsia como un problema de salud pública en Europa porque, amén de todas las dificultades que tiene que enfrentar una persona con epilepsia hasta obtener el diagnóstico y el tratamiento adecuados, es también una condición clínica estigmatizada y esto último suele traer más dificultades a la vida de la persona que las crisis en sí mismas.
Un estigma es la relación existente entre determinada característica que detenta un individuo (aquí, la epilepsia) y la devaluación de la misma por parte de su sociedad. Para que el estigma sea efectivo, la persona estigmatizada debe compartir las mismas creencias peyorativas que su sociedad con respecto a su condición.
El estigma lleva a la discriminación y lo que es peor, a la autodiscriminación, además de influenciar negativamente en el impacto que provoca el desorden en la vida del paciente y su entorno inmediato.
Para desterrar de una vez por todas al estigma que condena a la epilepsia , básicamente hay que saber que: la epilepsia es uno de los desórdenes más comunes en todo el mundo, no es contagiosa, cualquiera puede tener epilepsia: afecta a todas las edades, etnias y clases sociales, y que salvo durante el momento mismo de las crisis, las personas con epilepsia no son diferentes a las demás personas.
Los problemas psicológicos y sociales que tienen las personas con epilepsia se deben a la respuesta inadecuada de la sociedad, más que a la afección en sí mismas. Y persisten más allá del control de las crisis.