“Las crecidas fluviales eliminan intermediarios en la cadena alimentaria: los peces (los predadores principales) se alimentan de eslabones más bajos de la cadena. Las sequías eliminan por completo al predador principal.
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El resultado final es una cadena alimentaria más simple, pero los efectos de los caudales bajos son más catastróficos para los peces, y tienen una duración mucho mayor”, afirma John Sabo, autor principal del estudio y profesor asociado en la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad Estatal de Arizona (EE UU).
El equipo de investigadores estadounidenses sugiere que se debería considerar el destino de los peces grandes en la gestión de los recursos hídricos, sobre todo cuando el crecimiento de la población humana y el cambio climático afectan cada vez más a la variabilidad del agua.
El estudio, que se publica online en Science, ha analizado las redes alimentarias de los ríos. Los científicos estudiaron 36 ríos y cursos de agua de EE UU, de diferentes tamaños del el Missisipi y Colorado hasta alguno de sus pequeños afluentes. Los ríos incluidos en el estudio proporcionan agua para el consumo de grandes ciudades como Nueva York, Minneapolis, Phoenix, Las Vegas y Los Ángeles.
EL FINAL DE LOS PREDADORES
El equipo empleó isótopos de nitrógeno que se presentan en la naturaleza para medir el rango que ocupan los predadores principales en la cadena alimentaria, más vulnerables a los cambios fluviales. El nitrógeno proporciona un indicador de la posición de un consumidor en la cadena alimentaria dado que se bioacumula, y se incrementa en 3,4 partes por millón con cada eslabón de la cadena.
“Las crecidas simplifican la red alimentaria eliminando algunos de sus participantes intermedios, de modo que los peces grandes comienzan a comer especies de eslabones más bajos de la cadena, cosa que no harían si la red alimentaria no estuviera sometida a fuertes crecidas. Esto les sitúa más abajo en la cadena”, sostiene Sabo.
Según el autor principal, con las sequías es “completamente diferente”: eliminan al predador superior porque la mayoría de los peces no tolera tan poco oxígeno ni las altas temperaturas. “Aunque un río no se seque por completo, las condiciones se complican tanto que los peces no pueden soportarlas, y les cuesta mucho más tiempo regresar”, añade Sabo. A esto se añaden las consecuencias del cambio climático que va a influir en la frecuencia e intensidad de las crecidas fluviales y de las sequías en los próximos años.
“Habrá regiones que serán más secas, en particular cerca del Ecuador, y aumentos de caudal en algunos ríos, sobre todo en las latitudes más altas. Tendremos más variabilidad porque se producirán cambios en la estacionalidad de los temporales, las corrientes oceánicas están cambiando y el modo en el que el océano conduce las borrascas hacia nosotros será diferente. Están por venir sequías y crecidas más variables”, especifica Sabo.
CONSECUENCIAS DE LA ACTIVIDAD HUMANA
El efecto antrópico sobre los ríos, arroyos y cadena alimentaria, está muy relacionado con el cambio en los usos del suelo, como la derivación de aguas y la regulación de las crecidas mediante presas.
Cuando la sequía se intensifica, aumenta la necesidad de agua para el riego y otros usos agrarios y esto ejerce un fuerte impacto sobre el caudal natural del río .
Según los científicos, el resecamiento natural debido a las sequías no es un efecto humano, pero la toma de agua de los ríos durante una sequía sí lo es, y puede tener consecuencias a largo plazo.
“A priori, no era de suponer que las sequías infrecuentes causaran grandes efectos en el curso fluvial, pero nuestros resultados muestran que sí lo hacen. El agua que se retira de los ríos y cursos fluviales tiene unos efectos duraderos”, explica Sabo.
Los resultados del estudios demuestran que las redes alimentarias se pueden recuperar ante una crecida, en aproximadamente un año, pero “les lleva mucho más tiempo recuperarse en el caso de que lleguen a secarse o que se presente una sequía”, confirma el científico.
La investigación apunta que los sectores que compiten por el agua del río, como la producción agrícola y los usos recreativos como la pesca, tienen que avenirse a un uso razonable de los ríos y cursos que no sólo contemple el futuro inmediato, sino que tenga también en cuenta los efectos a largo plazo de su uso.