jueves 5 de diciembre de 2024
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Con la huertita en el fondo

Es un proyecto agroecológico, del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, implementado por el INTA. Forma y acompaña la autoproducción de alimentos de tres millones y medio de personas. Son 630 mil huertas familiares y 148 mil granjas.

Mientras recorría un caminito de baldosas que separan variedad de canteros con verduras, especias, plantas medicinales y árboles frutales, Nora recordó la historia de su huerta familiar. Con sus hermanos, ella se crió aprendiendo a trabajar la tierra, pero en su infancia esta tarea era sólo un juego, una aventura; hoy es distinto. Con el pasar de los años fueron adquiriendo conocimientos específicos y los cinco integrantes de la familia trabajan, cada uno a su manera, la huerta heredada del abuelo. Ese pedacito de tierra no está muy alejado de la agitación de la ciudad, sino que se ubica en un barrio de la localidad de Don Torcuato, en el Norte de la provincia de Buenos Aires, y abastece a la familia de alimentos frescos, naturales y orgánicos para acompañar la dieta diaria. De esta manera, el emprendimiento se convirtió en una herramienta de producción que le da respiro a su bolsillo. Esta historia familiar es sólo una entre las 630 mil que a lo largo del país dan vida y permiten el crecimiento del programa nacional Pro-Huerta, que celebra sus 20 años de experiencia.

“A principios de la década de 1990 comenzaron las primeras experiencias que con el correr de los años se fueron expandiendo hasta llegar hoy a lugares donde no existe ninguna institución”, resaltó con entusiasmo el coordinador nacional del Pro-Huerta, Roberto Cittadini. Con el objetivo de promover la autoproducción de alimentos frescos y saludables –libres del uso de agroquímicos– en aquellas poblaciones en una situación de vulnerabilidad, la iniciativa fue creciendo en el transcurso de dos décadas de trabajo. Incluso, experiencias similares fueron adquiridas en países como Guatemala, Colombia, Perú, Brasil, Venezuela, Cuba y en Haití, donde el trabajo de cuatro años, en el que se logró la implementación de 11 mil huertas, debió ser ampliado e intensificado luego del terremoto que a principios de año dejó bajo los escombros a buena parte del país caribeño.

El programa constituye “una política pública”, que nació como “una iniciativa compensantoria para enfrentar los procesos de ajuste y buscando atender los procesos de exclusión y pobreza que se comenzaban a desatar a principios de los ’90. Rápidamente fue adquirido por las familias que visualizaron las huertas como una herramienta válida y estratégica para su vida”, informó a este diario el coordinador nacional.

Así, el Pro-Huerta fue descubierto e incorporado en lugares de lo más recónditos del país, donde lo apropiaron y lo hicieron muy suyo. “La gente que se incorpora realmente tiene necesidad e iniciativa”, aseguró Citaddini. Para el arranque no hace falta más que una capacitación de ocho encuentros y las semillas para comenzar a trabajar. Después, cada familia hace su trabajo de acuerdo con sus ganas, necesidades de consumo, tiempo disponible, y también, según las condiciones que le ofrece su terreno.

En la actualidad, este proyecto agroecológico, enmarcado dentro del Plan de Seguridad Nacional del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación e implementado por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), acompaña la autoproducción de alimentos de tres millones y medio de personas. Esa parte de la población sostiene 630 mil huertas familiares y 148 mil granjas repartidas en 3800 ciudades y parajes de todo el territorio. Estas cifras permiten tener una referencia de las miles de experiencias que dan cuerpo al programa. Para cada una de esas familias los emprendimientos inciden y modifican de diversas maneras su vida cotidiana, sin embargo, todas esas personas “se convierten en actores de su propio desarrollo. De sus manos surge la producción de alimentos y mejoran la calidad de su dieta. Los emprendimientos permiten, además, aumentar su autoestima, establecer un rol de reconocimiento y la posibilidad de crear vínculos”.

Técnicos y promotores son partes estratégicas que permiten el funcionamiento orgánico del programa. Entre las diversas tareas que tienen a su cargo, se encuentran las de detectar demandas, brindar capacitaciones, distribuir las semillas, y dar asistencia y acompañamiento a los huerteros. Claudio Leverato es técnico del Pro-Huerta y está encargado de la región Norte de la provincia de Buenos Aires. Con la experiencia que les otorgan sus doce años de trabajo dentro de la iniciativa, Leverato sostuvo que lejos de ser un programa asistencialista, el Pro-Huerta se convierte en una herramienta “que capacita a la gente y le brinda lo mínimo y necesario para que puedan obtener y mejorar sus recursos, permitiéndoles autonomía”.

Los vínculos sociales no son una caracterísitca menor en este proyecto y la tarea de campo de los promotores es afianzar esos lazos y promover el contacto para conocer las necesidades e inquietudes que surgen. La mayoría de los promotores son voluntarios, y este compromiso los convierte en referentes barriales;, algunos son docentes, enfermeros, vecinos y pueden tener o no sus huertas. Además, más de 10 mil instituciones, entre ellas escuelas, sociedades de fomento, servicios penitenciarios y agentes sanitarios, se han vinculado de alguna manera con el proyecto, informó Cittadini. En el partido de Tigre, por ejemplo, alrededor de “70 escuelas han incorporado la actividad de la huerta como materia, de esta manera no sólo los chicos aprenden, sino que llevan las semillas a sus casas y junto a la familia acceden a insumos y capacitación para generar parte de su alimento”, señaló Leverato. Por otra parte, las ferias de la economía social en los barrios y pueblos se convierten en canales para intercambiar información, semillas y, para los que tienen una buena racha, productos excedentes.

 

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