El consumo de drogas peligrosas, incluido el alcohol y el cigarrillo entre las permitidas, no es la única adicción patológica, hay otra que se está extendiendo al ritmo acelerado de la oferta oficial: el juego compulsivo.
Muy lejos quedó la época en que oficialmente se jugaba un billete de lotería por semana o por mes, y quizá, para los más “viciosos” una quiniela, clandestina porque era la única que había.
Ahora la televisión muestra todos los días sorteos nacionales con una danza fabulosa de millones, juegos organizados a nivel nacional por poderosas agencias provinciales y redes de ellas.
Además, casi todos los programas contienen juegos de azar, hay casinos multiplicados, en tierra y agua y sólo falta, como en Montevideo, la ruleta portátil instalada en las veredas céntricas.
El juego compulsivo ha ingresado en el grupo de males sociales dignos de la mayor atención y ya hay grupos de autoayuda, como para los alcohólicos, los obesos o los fóbicos, debido a que el Estado se ha replegado y presta cada vez menos servicios, con algunos intentos esporádicos de cambiar la política.