El frío puede ayudar a curar el cerebro de los pacientes sumidos en un coma tras sufrir un episodio cardiaco. De hecho, cada vez son más las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) de todo el mundo que recurren a la denominada hipotermia terapéutica para frenar los posibles daños neurológicos.
Se trata de disminuir la temperatura corporal a unos 32 ó 34 grados y mantenerla durante 24 horas, siempre que sea posible. Durante este periodo de tiempo, el organismo entrará en una suerte de modo de ahorro de energía favorable para la salud cognitiva.
A grandes rasgos, la secuencia de hechos podría ser la siguiente. Un hombre adulto sufre una fibrilación ventricular, que impide que su corazón se contraiga y lata adecuadamente (las fibras musculares de este órgano dejan de coordinarse). Cae inconsciente en plena calle y, tras realizársele distintas maniobras de reanimación, recupera el pulso pero su cerebro no despierta. En la ambulancia, mientras lo desplazan al hospital, los sanitarios comienzan a disminuir poco a poco su temperatura corporal –no conviene bajar más de un grado cada hora–. Para ello, sitúan bolsas frías en zonas estratégicas, como la cabeza, el cuello, el torso y los muslos.
Al ingresar por Urgencias, los intensivistas deciden continuar con la hipotermia. Pero antes anestesian y sedan al hombre. De esta forma, consiguen reducir un posible sufrimiento y, principalmente, logran evitar tiritonas o convulsiones, que pueden mermar la eficacia de este tratamiento ya que, entre otros efectos, aumentan el consumo de oxígeno o la temperatura corporal.
En 2002, dos ensayos realizados en Australia y Europa demostraron la eficacia de enfriar a este tipo de pacientes. El primero, centrado en 77 comatosos tras padecer una fibrilación ventricular, mostró un 49% de supervivencia entre los hipotérmicos, en comparación con un 26% de los que mantuvieron su temperatura habitual. El segundo, basado en 275 casos, arrojó mejores cifras: un 55% frente a un 39%. Como destacan ahora los especialistas, ambas evidencias fueron esenciales para el establecimiento de la técnica en la rutina diaria de las UCI.
El daño neurológico que sufren con frecuencia los citados enfermos cardiacos suele originarse en dos momentos clave: cuando el corazón se para, y la sangre deja de llegar al cerebro, y al volver a fluir (daño de reperfusión). El efecto protector de la bajada de temperatura, como explica Francisco del Río, internista del Hospital Clínico San Carlos (Madrid), se consigue porque “el cuerpo consume menos energía, se frena gran parte del metabolismo y se palia el efecto de varias sustancias nocivas”.
De hecho, estas alteraciones cerebrales pueden llegar a dañar las células y precipitar su muerte (apoptosis), tal y como explica Michael Holzer, de la Universidad Médica de Viena y autor de un artículo sobre este tema, publicado recientemente en ‘The New England Journal of Medicine (NEJM)’.
Pedro Galdos, jefe del servicio de Cuidados Intensivos del Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid), sostiene que estos niveles de hipotermia no suelen ser especialmente peligrosos, pero es esencial controlar muy de cerca a estos enfermos. Entre otras consecuencias, pueden sufrir cambios metabólicos que puedan desequilibrar la presencia de electrolitos (como el potasio) o incrementar la glucosa. “Existen una serie de riesgos que son asumibles, teniendo en cuenta el beneficio esperable”, recalca del Río.
Originalmente, tal y como reflejaron los dos estudios de 2002, la técnica se mostró eficaz para adultos que han padecido una fibrilación ventricular y, tras reponerse, se han quedado en coma. En la actualidad, aunque todavía no está plenamente extendida en España –ya que requiere un periodo de formación–, los intensivistas echan mano de ella en otros casos, como en las asistolias (en las que se para el corazón). Como añade Galdos, ahora se emplea en niños y, también, en algunas operaciones.
“En una cirugía cardiaca infantil puede ser eficaz recurrir al frío en lugar de optar por las máquinas extra corpóreas (que bombean y oxigenan la sangre mientras el corazón está parado). Sus usos, por tanto, van aumentando en función del mayor conocimiento y manejo de la técnica, y de los riesgos y beneficios que se desprenden de ella”.
No obstante, esta estrategia terapéutica no funciona en todos los casos. Como aclara Michael Holzer en NEJM, de los pacientes que ingresan con este cuadro cardiaco y sobreviven, cerca de la mitad recupera correctamente su función neurológica.
Aunque algunos estudios indican que los pacientes con niveles adecuados de glucosa son más propensos a curarse, lo cierto es que la recuperación no podrá demostrarse hasta que el enfermo vuelva a su temperatura normal -incrementando medio grado cada hora- y, en último caso, hasta que logre despertarse.