Un merecido reconocimiento a una trayectoria de nada menos que 40 años en Usina Láctea El Puente. 40 años que aquí repasamos de la mano de José, una figura que nos puede ayudar a entender la evolución que hemos vivido como empresa.
Vecino de Ordóñez (Provincia de Córdoba) desde siempre, José Crotti vio cómo esa pequeña fábrica sobre la ruta provincial 6, abandonada durante años, empezó a cobrar vida a mediados de 1984. Fue motivo suficiente para ilusionarse con lo que la novedad podía significar para la localidad, que hasta ese momento parecía tener destino de «pueblo de jubilados», como él lo define: «A comienzos de los ochenta, aquí no había industria y los jóvenes se iban porque no había nada para hacer».
Entonces a cargo de una despensa junto a su padre, un amigo que tenían en común con Héctor Maccari, nuestro fundador, lo convenció de ir a la pequeña planta para averiguar si buscaban personal. Habían pasado pocos días desde el inicio de la elaboración de quesos, el 5 de septiembre. Quizás por eso lo encontró a Don Lucho muy atareado, aunque igual se hizo tiempo para conversar. Minutos más tarde, un apretón de manos bastó para confirmar la contratación: al día siguiente, José viviría la primera de miles de jornadas en El Puente, que aún no se llamaba así.
José arrancó en el área de recibo de leche: la pesaba y anotaba a mano cuánto había mandado en el día cada tambo. A veces también pasaba a la sala de elaboración para dar una mano. Y es que no eran más de seis o siete los que trabajaban en Ordóñez en esos primeros meses. Aún quedaban muchos en la otra fábrica, la de San Marcos Sud. Porque, vale aclararlo, la mudanza de una fábrica a otra no fue inmediata, sino que llevó alrededor de dos años. José cuenta que por bastante tiempo el grueso de la producción siguió saliendo de aquella otra fábrica. Incluso se enviaba allí la leche del nuevo circuito de tambos que Lucho estaba armando pacientemente en los alrededores de Ordóñez: «La nueva fábrica aún no estaba operativa, pero había que anticiparse e ir tejiendo una relación con los proveedores que terminarían abasteciéndonos ahí», explica José.
Entrado 1985, el balance empezó a cambiar: entre quienes venían desde San Marcos Sud y los que se sumaban de Ordóñez, el equipo de la nueva planta fue aumentando hasta llegar a unas 80 personas. Hacia fines de 1986, toda la producción se había consolidado en el predio actual y crecía sin pausa: «Lucho era muy emprendedor y había que seguirle el ritmo, pero todos tirábamos para el mismo lado, y buscábamos más leche para que hubiera más producción, más trabajo y más juventud en Ordóñez». De hecho, José atribuye a su actividad en El Puente el haberse convertido en padre de dos varones y una mujer —Marcos, el mayor, lleva siete años en la empresa—: «A la hora de tener familia, este empleo nos dio a muchos la seguridad de poder darles de comer y hacer estudiar a nuestros hijos».
Parte de nuestra historia
Por supuesto, a través de cuatro décadas fue testigo de muchos cambios. De la evolución de la planta, en términos de escala y de infraestructura, y de la profesionalización del equipo, a nivel de personal y de procesos, como el control de stock o el análisis de la leche, en el propio laboratorio de El Puente. También vio cómo se expandió la línea de productos, desde las pocas variedades iniciales de queso —un cremoso, un queso en barra y algunos de pasta dura como sardo o provolone— hasta las 30 actuales y los demás derivados lácteos. A propósito de la elaboración, recuerda que durante sus primeros años los quesos no salían terminados, sino que eran enviados a Buenos Aires para ser pintados o envasados. «Que pudiéramos hacer todo acá fue un salto enorme», destaca.
De su paso por la Tesorería o como encargado de Administración, no olvida las limitaciones técnicas que hacían que tuvieran que esperar horas hasta que hubiera un hueco en el conmutador para conectarse con Buenos Aires. Recién a comienzos de los 90 la planta tuvo su propia línea telefónica. Y en el medio, obviamente, las incesantes novedades tecnológicas que, entre muchas cosas, lo llevaron de salir temprano a recorrer los campos para entregar los pagos en mano a hacer transferencias bancarias a casi cualquier proveedor desde la comodidad de su oficina.
Al cabo de su larga carrera en El Puente, en esta familia que prácticamente vio nacer, crecer y consolidarse, José afirma: «Es un orgullo ser parte de los que hicieron esto, ojalá que muchos puedan valorar como yo la suerte que tienen de trabajar en una empresa así». Lo dice como un protagonista importante de nuestra historia, pero también como vecino, porque entiende que la compañía terminó transformando a Ordóñez mucho más de lo que hubiera imaginado: «La planta atrajo empresas, elevó el nivel de vida, nos trajo progreso, y así renovó la esperanza del pueblo». Una esperanza que él vive en primera persona gracias a su nieta, Brunella, hija de Marcos, que en junio cumplió dos años y es parte de una generación de «nacidos y criados» en Ordóñez que allá por 1984 parecía imposible y hoy es una realidad.