viernes 7 de noviembre de 2025
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SALUD

DAR A LUZ: cuando nace un bebé, también nacen unos padres

Dar a luz es mucho más que un acto biológico. Es una experiencia emocional, espiritual y profundamente humana..

En ese instante en que la vida se abre paso, también nacen unos padres, con sus temores, ilusiones y un sinfín de preguntas que se renuevan a cada respiración del recién nacido. Detrás de cada parto hay amor, pero también incertidumbre. El cuerpo que se transforma, la rutina que cambia, el sueño que se acorta, el mundo que se reordena. Todo se vuelve nuevo, incluso uno mismo.

Es natural que aparezcan los miedos. Miedo a no saber, a no poder, a equivocarse. Miedo a no estar a la altura del milagro que acaba de ocurrir. Pero esos temores, lejos de ser una falla, son parte del proceso de dar vida. Aprender a criarse como madre o padre es también un nacimiento. Y como todo nacimiento, duele un poco, confunde, emociona y enseña. Los bebés perciben más de lo que imaginamos. Sienten el tono de voz, la respiración, la energía del entorno. Si quienes los cuidan están angustiados, ellos también se inquietan; si hay calma, se serenan. Por eso, cuidar la propia serenidad es una forma profunda de cuidar al hijo. Una pausa antes de reaccionar, una respiración consciente, una mirada tierna pueden transformar el momento más caótico en un instante de conexión. Cuidarse no es egoísmo: es un acto de amor hacia el bebé y hacia uno mismo.

La crianza no es un ejercicio de perfección, sino de presencia. No se trata de saberlo todo, sino de estar. Los padres también aprenden, también se equivocan, también lloran. Y está bien. Lo importante es no hacerlo solos. La red de contención —la pareja, los abuelos, los amigos, los profesionales— es vital para sostener la armonía del hogar. Criar en equipo alivia el alma, fortalece los vínculos y le muestra al niño que el amor es compartido. Dar a luz también es dar lugar. Dar espacio al otro, permitir que acompañe, abrirse a recibir ayuda. Es entender que el bienestar del bebé comienza en la calma de los adultos, y que esa calma se cultiva en comunidad.

Un hogar armónico no es el que no tiene conflictos, sino el que aprende a resolverlos con empatía y ternura. La serenidad de los padres es la primera lección de confianza que recibe un hijo: el mundo puede ser seguro, amoroso y predecible. Cada nacimiento marca un punto de inflexión. Cuando un bebé llega, el tiempo se detiene, la mirada se vuelve más lenta y el corazón aprende otro idioma. En ese primer encuentro, los padres también renacen: descubren su vulnerabilidad, su paciencia, su capacidad de amar sin condiciones. Dar a luz no es solo traer un cuerpo al mundo, sino también alumbrar un vínculo.

Porque en cada nacimiento no solo se enciende la vida de un niño, sino también la luz interior de quienes lo esperan. Dar a luz es, en esencia, darse luz mutuamente: iluminar los miedos, abrazar lo incierto y dejar que el amor —con toda su imperfección— sea el lenguaje que nos guíe.

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Por: Dra Lelis MN 99664 Pediatra Holística y Neonatóloga

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